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EL ABORTO Y LA IGLESIA CATOLICA "la vida humana debe ser respetada y protegida en modo absoluto desde el momento de la concepción. Desde el primer instante de su existencia el ser humano debe ver reconocidos los derechos de la persona". "La cooperación formal a un aborto constituye una culpa grave. La Iglesia sanciona con una pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana", Fuente: Difundan libremente este artículo CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN . Saludos Rodrigo González Fernández Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
La verdad y otras mentiras Escenas de un hombre agotado El fluir de la conciencia.
| IntraMed | Son la 1.45 de la madrugada y acabo de subir al auto en el estacionamiento del hospital. Apoyo la cabeza sobre el respaldo del asiento. Siento un colapso total de la energía. Una luz se ha apagado en mi interior. Quiero quedarme en este lugar, en esta misma posición. Estoy exhausto. Disfruto de la huida de mi cuerpo. La tensión de mis músculos se niega a regresar desde el abismo hacia el que se ha precipitado. Fluyo en una deriva de sensaciones del momento y de recuerdos del día que termina. Estoy a merced de mí mismo pero sin que exista un "yo" que me gobierne. Las imágenes llegan sin filtros, crudas, sin un sentido que me permita comprenderlas. Entran y salen como en una pantalla enloquecida sobre la que se proyectan al azar retazos de distintas películas. Un caleidoscopio. Un caos de la razón. El devenir insensato de fragmentos dispersos sin nada que los vincule. Veo y recuerdo sucesos aislados. Un enorme cartel anaranjado con letras negras se destaca en la oscuridad del parque. Leo : "Gripe A: si usted tiene fiebre o dificultad para respirar siga el camino señalado por las flechas". Las escenas me llegan desdibujadas como si las viera a través de un líquido. Como alguien que observara el mundo desde el interior amniótico y feliz del vientre de su madre. Me lo permito. Me abandono al fluir de la conciencia. La oscuridad de la noche, la soledad del encierro y la huida de mi voluntad lo hacen posible.
1. Una niña que no tiene más de catorce o quince años está desde hace tres días- acostada sobre una cama en una sala de aislamiento. Su madre y una hermana están internadas en otro sector para pacientes menos comprometidos. Está embarazada aunque ella aún lo ignora. Una máscara le tapa la boca y la nariz y la conecta a un dispositivo de administración de oxígeno. Varios frascos cuelgan de un pié metálico e ingresan a sus venas a través de dos cánulas flexibles. Mira con los ojos desmesuradamente abiertos hacia todas direcciones. No logra mantenerlos quietos. Yo estoy en una sala contigua rodeada de vidrios desde la que es posible ver a cada enfermo en su pequeña habitación distribuidas en un semicírculo perfecto. El grupo de personas con el que me encuentro discute un caso. Me aburro. Concentro mi atención en la niña. Algo en su actitud anticipa un estallido. Sus pies asoman debajo de las sábanas. Contrae los dedos, luego los extiende y los abre con fuerza. El pie izquierdo primero y luego ambos se agitan desde atrás hacia delante. Las sábanas vuelan por el aire y ella se sienta. Grita. Con movimientos veloces y enérgicos se arranca la máscara y las agujas. Un chorro de sangre oscura se desliza hacia el piso en cámara lenta. Mueve la cabeza a derecha e izquierda y eleva los brazos con las manos en garra. Grita, pero no entiendo qué dice. Todos miran hacia su habitación. Emite extraños sonidos. No son palabras pero suenan desgarradores. Alaridos que el lenguaje no podría nombrar. Mi amigo L -que ha transitado casi todas las formas de la estupidez que la medicina ofrece y que son infinitas- extrae una de sus clásicas conclusiones automáticas.
- Es hipoxia, agitación por déficit tisular de oxígeno, una encefalopatía. ¡Hay que intubarla de inmediato! Las cabezas giran para mirar el monitor de saturación de oxígeno que muestra valores normales. Pero a L. nunca lo amedrentaron los hechos. Actúa como alguien que tuviese un zapato y fuese a la zapatería para comprar un pie. Él prueba los pies hasta dar con el que entra en su zapato como el príncipe de Cenicienta. Pero cuando no puede encontrarlo mutila el pie hasta que se adapta al único zapato que conoce.
La niña grita sentada con los pies colgando en el aire al borde de la cama. Está aterrada. Ha permanecido sola desde hace varios días dentro de una burbuja de vidrio observada por personas desconocidas que no se le acercan a menos que resulte indispensable, siempre cubiertas y protegidas. Arroja contra las paredes todo lo que encuentra al alcance de sus manos. L. se aferra a su "hipótesis zapato" e indica a la enfermera que cargue una jeringa con 15 mg de Midazolam. Ahora ella alterna gritos con llanto. Da golpes de puño contra la pared. Manuela entra a la sala sin que nadie se lo pida. Se acerca a la cama esquivando un vaso que la recibe volando por el aire. Se detiene a su lado. Se miran. Manuela siempre comprende lo que ocurre. Se quita el barbijo y los guantes. Le ofrece su cara y sus manos desnudas. Le toma la cabeza con ambas manos debajo de la mandíbula. La acaricia. La niña se serena de inmediato. Le devuelve el gesto extendiendo sus palmas hacia arriba. Entrelazan los dedos y se los aprietan mutuamente durante algunos segundos. La niña se acuesta. Toma la máscara y se la coloca ella misma. Estira el brazo para que Manuela vuelva a insertar un catéter en sus venas. Se duerme. Sigo inmóvil dentro del auto. La noche es helada y negra. Algunas luces se derraman encendiendo pequeños sectores del parque. El resto es una oscuridad compacta que no tiene principio ni fin. Mi mente se ha independizado de mi cuerpo. Las escenas atraviesan mi cabeza como un tren furioso haciendo sonar su silbato y luego desaparecen dejando una estela de humo denso hasta que se disuelve en el horizonte.
2. Ignacio es bioquímico. Está concentrado sobre una máquina centrífuga en el laboratorio. Procesa muestras para determinaciones de PCR del virus Influenza. Yo espero el resultado de uno de mis pacientes. Sin quitar la vista de la mesada me pregunta.
- ¿Has visto algún paciente con el síndrome del miembro fantasma?
- Sí, varios.
- Ellos sienten que la pierna que les han amputado aún existe. Les duele, creen que pueden moverla.
- Sí, lo conozco bien. Camina algunos pasos y se inclina para hacer anotaciones en un enorme cuaderno de tapas negras. Luego se sienta frente a la pantalla de una computadora y escribe.
- ¿Sabés? Creo que yo estoy padeciendo el "síndrome de la mujer fantasma". Nos conocemos desde hace muchos años. Trabajo casi a diario con su reciente ex mujer. Se han separado hace apenas un par de semanas. Sabe que no voy a hablar de ella de quien soy amigo y compañero. Le digo algo que no me comprometa con opiniones que no quiero dar.
- Bueno, es posible que todas las mujeres sean fantasmas. Siempre imaginamos tenerlas aunque no las hayamos tenido jamás.
- No me lo vas a creer. Pero Julia aún está en mi casa. Decidió irse hace pocos días. Pero te aseguro que aún está allí.
- ¿Y vos quisieras que termine de irse o que se quede en tu casa como un fantasma?
- Al principio creí que tenía que expulsarla definitivamente. Hacía planes. Pero luego no podía cumplirlos. ¿Sabés? Hay una sandalia suya que asoma la nariz por debajo de la cama. Es rosa o lila y tiene una tira larga con una hebilla dorada. Uno de los cuatro agujeros está gastado y más abierto que los otros. Ese detalle mínimo me rompe el corazón. Sin esa señal tan potente de su presencia podría haberla tirado la misma tarde en que Julia se fue de casa. Pero no puedo ni tocarla. No quiero hacerlo. Ni siquiera he buscado debajo de la cama para saber si está la otra sandalia. Siento que algo de ella permanece allí.
- Entiendo, creo que a mí me sucedería lo mismo. Las mujeres son así, se prolongan en todo lo que tocan. Contaminan las cosas que ya nunca vuelven a ser anónimas. Como el virus que estás buscando ahora mismo. Ingresan en nosotros y se replican hasta el infinito. Eso puede llevarte al cielo o al infierno. Pero es imposible saberlo hasta que te han infectado. Ya se sabe como son los virus
En ningún momento deja de hacer su tarea. Escribe, busca datos en la pantalla, carga la centrífuga con nuevas muestras. Se desplaza con lentitud. Camina con pasos cortos que se demoran como si una pierna tuviese que esperar que la otra la autorice para comenzar a moverse.
- ¿Vos la ves todos los días?
- Casi todos.
- ¿Y, cómo está?
- Preferiría que eso se lo preguntes a ella.
- ¿Sabés? Julia nunca aprendió a cocinar. En casa lo hacía yo cuando queríamos tener una cena decente. Lo hago bastante bien, me gusta. Ella lo detesta, lo considera una ofensa a su dignidad de género.
- La conozco, puedo imaginarme lo que siente en la cocina.
- Ahora cocino sólo para mí. Pero ocurre algo muy curioso, ¿sabés? Sigo el procedimiento de costumbre. Pongo atención y me esmero en hacerlo. Pero cuando pruebo la comida tiene el mismo espantoso sabor que cuando la hacía Julia. Le sobran o le faltan condimentos. Está cruda o quemada. Entonces recorro paso a paso lo que hice pero no encuentro el error. Estoy seguro de que ella cocina a través mío. Me dirige para demostrarme que aún está allí. Pensé en tirar la comida a la basura la primera vez, pero no lo hice. Desde entonces me siento a la mesa, me sirvo una copa de vino y como esa horrible comida. Dejo cada bocado un tiempo largo en mi boca para registrar cada partícula de ese desagradable sabor. Pero por algún extraño motivo, mientras lo hago, me siento inmensamente feliz. Suena la alarma del equipo. Ignacio extrae el reporte y me entrega el resultado. Me despido y abro la puerta para salir.
- ¿Pensás que lo que me ocurre no es sano?
- No lo sé. Pero yo no intentaría averiguarlo. El amor es una enfermedad muy extraña. Nadie está enamorado y sano al mismo tiempo. No serías el primero a quien el fantasma de una ausencia lo acompaña con toda felicidad.
- ¡Pero es que esa mujer que está en casa no es real
!
- ¿Y las demás? ¿Vos podrías asegurarme que lo son? Cierro la puerta y respiro aliviado. Debería intentar moverme. Encender el auto y regresar a casa. La noche se ha hecho compacta como un telón negro desplegado sobre el mundo. Pero no puedo hacerlo. Soy un ser sin voluntad hipnotizado por sus propias visiones.
3. A pocos metros de distancia una pareja de adolescentes se mueve en las sombras. Los observo como a una escena de cine mudo. Ambos tienen la cara cubierta por barbijos blancos. Él está sentado en el piso. Se toma la cabeza y se balancea como en una plegaria. Tal vez llore. Viste una camiseta de fútbol de la selección argentina con el número 10 en la espalda. Usa una gorra azul con la visera hacia atrás. Las zapatillas tienen algo fosforescente que destella en la oscuridad. Una chica lo abraza. Acaricia su cara y le frota la espalda. Intenta consolarlo. Se para, lo rodea y vuelve a agacharse. Está inquieta. No logra calmarlo. Él parece indiferente a todo. Ella toma su bolso y extrae un paquete envuelto en papel de diario. Arma un cigarrito en pocos segundos. Lo enciende y se lo coloca en la boca. Una luz intensa de fuego anaranjado se excita cuando él aspira y luego se atenúa hasta hacerse débil y amarilla. Ella lo sacude, lo abraza, lo besa. Busca la forma de rescatar a su compañero del dolor. No sabe qué hacer. La chica desaparece detrás de un auto viejo con la carrocería oxidada y grafitis pintados con aerosol negro sobre los vidrios. Regresa cargando un enorme radiograbador. Enciende la única luz que funciona del auto y sale. Pone música a todo volumen. Baila iluminada por la luz del faro que como un cíclope la mira con su único ojo. Suena una canción triste pero elemental y primitiva. Una música que me resulta ajena y me incomoda. La chica se mueve con una gracia infinita. Es una silueta sensual recortada de luz en la oscuridad de la noche. Entonces comprendo el propósito de aquella música salvaje. Está hecha para ella. A la medida de sus muslos y sus caderas. Toma de las manos al joven y lo obliga a ponerse de pie. Él parece recobrar el aliento. Sin soltarle las manos, se acercan y se separan mientras las piernas se entregan a la cadencia rudimentaria de la percusión. La toma de un brazo y la hace girar sobre sí misma. Se aproximan hasta que los cuerpos se tocan y vuelven a separarse. Bailan con las bocas cubiertas y el corazón desnudo. Un policía se acerca con una linterna. Somos amigos. Le hago señas para que no los moleste. Hace un gesto de disgusto y vuelve sobre sus pasos a su refugio nocturno de cerveza caliente y milanesas frías. La chica se descalza y sube guiada por el joven al capó del auto y luego al techo. Es un ángel adolescente bailando sobre las ruinas de un mundo que no le pertenece. Él le arroja besos al aire y la acompaña bailando sobre el pasto. Fuma levantando el barbijo en cada pitada. Hace un frío polar pero ninguno de ellos lo siente. Ella se agacha y le ofrece su boca tapada y su lengua indiscreta. A esa pequeña mujer ya se la ha revelado el secreto de su inmenso poder. Sabe que es un bálsamo divino para aplacar el dolor del hombre que quiere. Bailan una danza hormonal y prohibida. Una ceremonia escandalosa que conjura a la muerte. Una celebración pagana para quienes no tienen nada, excepto a ellos mismos. Nadie encuentra consuelo para la ausencia. Pero ellos aún no lo han averiguado. Los miro y siento en el cuerpo la presencia de lo inútil. De mi propia vida desangrada de fuegos. De la traición cobarde y la ceguera voluntaria. Me miro en ellos y me doy verguenza. Enciendo el motor. D.F
| Fuente: Difundan libremente este artículo CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN . Saludos Rodrigo González Fernández Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
Resultados con dieta y un fármaco ¿Es posible retardar el envejecimiento?
Dos estudios abordan el tema. | El País, Madrid | Restringir la ingesta de calorías prolonga la vida en monos
Ya se había observado en otros animales, pero se confirma en estos mamíferos. Los autores reconocen que será difícil probar esta misma relación en humanos. Los animales que comían un 30% tenían menos cáncer, diabetes y problemas de corazón Canto, de 27 años, y Owen, de 29, con una dieta normal (Foto: Jeff Miller | Univ. Wisconsin) MARÍA VALERIO
Sin necesidad de píldoras mágicas ni pastillas. La fórmula de la ''eterna juventud'' podría estar al alcance de cualquiera. Un estudio realizado con monos durante más de 20 años ha confirmado lo que ya se había visto hasta ahora con otras especies animales (moscas o roedores, entre otros), que restringir la ingesta de calorías puede prolongar considerablemente la esperanza de vida. A pesar de la buena noticia que representan, los resultados de este trabajo, que se acaba de publicar en la revista ''Science'', son difícilmente aplicables a los humanos. Y así lo advierten los autores, dirigidos por Richard Weindruch, de la Universidad de Wisconsin-Madison (EEUU): "Los efectos de limitar las calorías en la esperanza de vida de los humanos puede que no lleguen nunca a conocerse". El trabajo comenzó en 1989 en los laboratorios del Centro de Investigación de Primates de Wisconsin con 30 ejemplares de mono de la especie macaco Rhesus (''Macaca mulatta'') que tenían por entonces entre siete y 14 años de vida (la media para esta especie suele rondar los 27 años en cautividad; hasta un máximo de 40). La muestra de animales se amplió en 1994 con otros 46 ejemplares de la misma familia con la idea de aumentar la potencia estadística de los resultados. La mitad de ellos ha seguido una dieta normal durante este tiempo, mientras que al resto se le ha sometido a lo que se conoce como ''restricción calórica'', una reducción de la cantidad de calorías hasta llegar a un 30% pero sin llegar a niveles considerados como desnutrición. El objetivo del trabajo era no sólo confirmar que los animales eran más jóvenes en apariencia, sino que esta dieta ''light'' tuvo algún efecto en los paramétros fisiológicos asociados al envejecimiento. Es decir, que no sólo parecían más jóvenes, sino que lo eran biológicamente. Y para ello, se midieron algunas de las enfermedades más característicamente asociadas al envejecimiento (no sólo en los macacos, sino también en los seres humanos); es decir, diabetes, cáncer, enfermedades cardiovasculares y una cierta atrofia cerebral o disminución del volumen de ciertas áreas del cerebro provocado por los años. Ni diabetes, ni cáncer...
En todas estas parcelas, los monos con restricción de calorías eran más jóvenes. Ninguno de ellos presentó problemas en el metabolismo de la glucosa ("hemos visto una prevención completa de la aparición de diabetes"), se detectaron un 50% menos de casos de cáncer (el adenocarcinoma intestinal es el tumor más habitual en estos monos) y tampoco se observó un descenso del volumen en las regiones del cerebro más afectadas con la edad (como las que ejecutan funciones relacionadas con la memoria y la resolución de problemas). En total, como señala el equipo de Weindruch, un 37% de los animales que comían de todo murió por alguna causa relacionada con el envejecimiento frente a sólo el 13% de los animales con pocas calorías, lo que supone un tercio menos. De los 33 animales que sobreviven en la actualidad, 20 se mantienen con esa dieta hipocalórica, y el más viejo de los ejemplares ha cumplido ya los 29 años. En total, han sobrevivido el 80% de los ejemplares ''a dieta'' y sólo el 50% de los que han sido alimentados de forma habitual. La primera vez que se observó el efecto que esta estrategia dietética podía tener en un organismo corría el año 1935. Se trataba de un trabajo con ratones, pero no fue hasta la década de los noventa cuando la idea empezó a valorarse seriamente desde el punto de vista científico, estudiando la posibilidad de que una menor ingesta de nutrientes pudiese retrasar el proceso de envejecimiento. Hasta ahora (y probablemente seguirá siendo así en el futuro) no se ha realizado ningún trabajo de este tipo en humanos. Sin embargo, los autores consideran que por las similitudes "fisiológicas, anatómicas y de comportamiento" entre los macacos y el ser humano, ésta es la experiencia que más se aproxima. La clave, según sugieren en el trabajo, está en la relación entre la respuesta del organismo a los nutrientes que lo alimentan y una serie de moléculas implicadas en el envejecimiento de los tejidos, como mTOR, SIRT1 y PGC-1. De hecho, algunas de estas vías están relacionadas con la aparición de cáncer, por lo que algunos estudios también han apuntado que limitar el flujo de nutrientes que alimentan al tumor también podría tener un cierto efecto antitumoral.
El Mundo, España
Menos calorías para retrasar el envejecimiento Un estudio realizado en monos sugiere que la dieta controlada puede alargar la vida. ALICIA RIVERA - Madrid Un estudio realizado durante 20 años con monos sugiere que el consumo reducido de calorías en la dieta retrasa el envejecimiento y alarga la vida en los primates. La restricción calórica aplicada a los sujetos de la investigación es de un 30% aproximadamente respecto a la norma, lo que está muy lejos de la malnutrición, advierten los investigadores autores del trabajo, que se da a conocer en la revista Science. Investigaciones precedentes con levaduras, gusanos, moscas y roedores ya habían sugerido que la reducción de calorías podía tener un impacto positivo en la salud. Ya en 1935, un estudio indicaba este efecto, pero "dados los obvios paralelismos entre macacos Rhesus y humanos, los efectos beneficiosos de una dieta baja en calorías bien pueden darse también en personas", afirman los autores del trabajo en su artículo. Los científicos Ricki Colman y sus colegas iniciaron su estudio en 1989, en el Wisconsin National Primate Research Center, dividiendo los monos -de siete a 14 años de edad- en dos grupos: uno sometido a dieta de bajas calorías y otro normal, de control. El experimento comenzó fijando la dieta normal y luego se fueron reduciendo las calorías en la alimentación del grupo de macacos Rhesus correspondiente en un 10% cada tres meses hasta alcanzar el 30%. En concreto, en los 20 años del estudio, explican los investigadores de la Universdiad de Wisconsin, ha sobrevivido la mitad de los animales a los que se ha permitido comer libremente, mientras que siguen vivos el 80% de los que han recibido la misma dieta pero un 30% menos calorías. Los resultados indican que el 37% del grupo de control ha fallecido por causas relacionadas con el envejecimiento, frente al 13% del grupo de monos sometido a restricción de calorías. Esto significa, concluyen los investigadores, que los monos fallecidos del primer grupo -el que ha seguido una alimentación normal- han sufrido una tasa de muerte tres veces superior a los otros debido a patologías relacionadas con el envejecimiento, como diabetes, cáncer, enfermedades cardiovasculares y atrofia cerebral. "Las marcadas similitudes anatómicas, fisiológicas y de comportamiento entre primates humanos y no humanos hace que los segundos sean especialmente apropiados para profundizar en el conocimiento de la biología del envejecimiento de las personas", explican los autores de la investigación. El experimento arrancó, en 1989, con 30 macacos Rhesus y en 1994 se añadieron otros 46. Actualmente el estudio continúa con 33, 13 de los cuales siguen comiendo libremente mientras que 20 están con una dieta de bajas calorías. Los macacos viven, como media, una 27 años en cautividad y el más viejo que sigue en la investigación ha cumplido los 29. Para realizar la investigación, todo mono fallecido durante la misma fue sometido a una necropsia completa por parte de un equipo de patólogos para diferenciar claramente la mortalidad por las causas señaladas, relacionadas con la edad. El efecto de la dieta controlada sobre la diabetes es notable. "Hemos observado un efecto total de prevención de la enfermedad", afirma Richard Weindruch, uno de los científicos del equipo. También la incidencia de tumores cancerosos y de enfermedades cardiovasculares -asociadas al envejecimiento tanto en monos como en humanos- ha sido la mitad en los animales a dieta que en los que han tenido una alimentación libre. En cuanto a la salud del cerebro, es mejor en los animales que comen menos calorías. "Parece que la dieta conserva el volumen del cerebro en ciertas regiones. No es un efecto global, pero el hallazgo nos ayuda a comprender si este tratamiento nutricional tiene efecto en la pérdida de neuronas, en el envejecimiento", comenta el neurólogo Sterling Johnson, también miembro del equipo. Las regiones del cerebro responsables del control motor y funciones ejecutivas como la memoria y la resolución de problemas, parecen mejor conservadas en los animales que consumen menos calorías, afirman los científicos."Tanto la velocidad motora como la mental se ralentizan con la edad", explica Johnson. "Y estas son las áreas que hemos encontrado mejor conservadas. Aún así no podemos afirmar que una diferencia en la dieta está asociada con cambios funcionales porque esos estudios no están aún concluidos. Lo que sabemos por ahora es que hay diferencias regionales en la masa cerebral que parecen estar relacionadas con la dieta". Hallado el primer fármaco que alarga la vida en los mamíferos La rapamicina ya se usa como inmunosupresor en personas trasplantadas. JAVIER SAMPEDRO - Madrid
Científicos norteamericanos han hallado el primer fármaco capaz de prolongar la vida de un mamífero, el ratón en este caso. Es el primer éxito del ITP, o Intervention Test Program, un plan sistemático de los Institutos Nacionales de la Salud de EEUU para buscar fármacos anti-edad entre los que ya están en uso para otros propósitos. El medicamento es la rapamicina, un inmunosupresor de uso común en pacientes que han recibido un trasplante. Los ratones la empezaron a tomar a una edad avanzada, y el tiempo que les quedaba de vida se alargó un 28% (en los machos) y un 38% (en las hembras). "Por comparación, estos efectos son similares a los que tendría en el ser humano prevenir ''''todas'''' las muertes por ateriosclerosis y todas las muertes por cáncer", explica a EL PAÍS David Harrison, el principal autor del estudio que se presenta hoy en Nature . Los ratones empezaron a tomar la rapamicina cuando tenían 600 días de edad, "más o menos equivalente a una persona de 60 años", calcula Harrison. En un país occidental esa persona espera vivir otros 25 años como promedio. Si los resultados pudieran extrapolarse, la rapamicina le regalaría otros 7 años si fuera un hombre, y otros 10 si fuera una mujer. "Otra forma de verlo", añade Harrison, "es que la edad a la que se muere el 90% de los ratones se incrementa entre el 9% y el 14%, según el sexo". El dato muestra que la rapamicina no sólo incrementó la vida media de los ratones, sino también la vida máxima, el tope de edad característico de cada especie. En nuestra especie, la vida media puede duplicarse de 40 a 80 años evitando las infecciones -como ha pasado en Occidente en el siglo XX-, pero las personas que alcanzan los 110 años siguen siendo tan raras como siempre (la marca está en 124 años, y la ostenta una fumadora francesa que conoció a Van Gogh). La rapamicina, en nuestra hipotética extrapolación, también aumentaría el número de personas que alcanzan los 110 años, aunque seguirían siendo una rareza. Muchas personas trasplantadas han tomado rapamicina para evitar el rechazo de su nuevo órgano. ¿Hay alguna evidencia de que eso haya retrasado su envejecimiento? "¡Espero que un demógrafo cualificado haga ese estudio!", responde el científico americano. Harrison también recuerda a los médicos y científicos que pueden proponer al programa ITP otros fármacos candidatos (por si el lector es uno de ellos: http://www.nia.nih.gov ).
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Cómo elegimos lo que escuchamos ¿Sólo escuchamos lo que queremos escuchar?
- Los individuos prefieren escuchar aquellos puntos de vista más cercanos a los suyos.
- Las personas que confían en sus propias ideas están más abiertas al debate.
| El Mundo, España | LAURA TARDÓN
No todo lo que escuchamos se procesa en el cerebro. ¿Cómo elige este órgano la información con la que se queda y bajo qué criterios rechaza el resto de los mensajes? Una revisión repasa 91 estudios que analizan esta cuestión y concluye que la mayor parte de las veces, los individuos tienden a evitar la información que contradice lo que ya piensan, aunque existen ciertos factores que motivan a buscar otros puntos de vista. La conclusión principal que se extrae de dicha revisión es que, por lo general, la población prefiere validar sus opiniones con otras semejantes antes que buscar la verdad. "Los resultados de este trabajo nos pone en alerta con respecto a la alta probabilidad que tenemos para evitar conocer la verdad y esto puede ser un problema en un montón de situaciones", explica a elmundo.es Dolores Albarracín, autora principal de la revisión. "A veces, se toman decisiones equivocadas por basarse en información equivocada". Un ejemplo que recoge el artículo publicado en ''Psychological Bulletin'', de la Asociación Psicológica Americana, se centra en aquellas personas que están muy comprometidas con la religión. "Normalmente, evitan el contacto con información o individuos que pueden alejarles de su doctrina", según cuentan los investigadores de la Universidad de Illinois (EEUU) y de la de Florida (EEUU). "Queríamos comprobar en qué medida la gente está dispuesta a buscar la verdad a pesar de que pueda contradecir sus opiniones previas", insiste Albarracín. En total, los 91 estudios implicaban a unos 8.000 individuos. De estos, el 67% seleccionaba aquellos mensajes afines a sus ideas y el 33% consideraba otros puntos de vista contrarios o los suyos. Tal y como señala Fernando Chacón, profesor titular de Psicología Social, esto se conoce como atención o percepción selectiva. "Se atiende más a aquellos puntos de vista que apoyan el nuestro. Ocurre con lo que escuchamos y también con lo que leemos, como, por ejemplo, en un periódico. Atendemos más y también lo memorizamos mejor. Nuestro sistema cognitivo tiene tanto que hacer que sólo realiza el esfuerzo de escuchar otras posturas e incluso cambiar de opinión cuando realmente es importante para el individuo". "Muchas veces, los cambios en nuestras ideas implicarían cambios en nuestra forma de vivir y nuestra manera de relacionarnos... Demasiados cambios", añade la responsable de la revisión. "Quizás el individuo tenga su refuerzo a nivel bioquímico con un aumento de la dopamina (a nivel bioquímico, las experiencias placenteras, como un abrazo o un beso, se deben a un aumento de dopamina), pero esto no está demostrado", indica Ambrosio Miralles, jefe de sección de Neurología del Hospital Infanta Sofía (San Sebastián de los Reyes, Madrid). Estos resultados ponen fin al antiguo debate sobre si la gente selecciona conscientemente la información que contradice la suya o si, por el contrario, simplemente está expuesta más a menudo a ideas similares a las propias porque tienden a estar rodeados de personas con una mentalidad parecida. "No sólo escuchamos aquello que no nos produce conflicto, también buscamos lo que queremos oir o leer, por ejemplo, cuando compramos un libro o cuando elegimos un periódico y no otro", expone el doctor Miralles. Factores que motivan a buscar la verdad
Entre los miembros incluidos en la revisión, existe un grupo específico de personas con la mente más cerrada. "Estos optarán por la información que confirme su postura en el 75% de los casos", señalan los autores en artículo. "En parte, se debe a la inseguridad con sus propias ideas y a la ansiedad que experimentan al ser contradichos. Suelen ser dogmáticos e inseguros, especialmente en los temas en los que no existe una verdad absoluta", argumenta Dolores Albarracín, profesora de Psicología de la Universidad de Illinois. Por ejemplo, en política, religión o ética, "no nos sorprende que la mayor parte de los individuos muestren mayor resistencia a los nuevos puntos de vista", apuntan los autores de la revisión. Es más probable que quellas personas que tienen más confianza en sus propias creencias escuchen opiniones contrarias y estén más abiertos al debate, según la revisión. Independientemente del perfil, hay dos factores que motivan a la búsqueda nuevos puntos de vista. "Tener que defender en público las ideas propias, lo que requiere conocer las de los contrarios para poder rebatirlas, y cuando lo que está en juego es muy importante para el individuo". "Existe un estudio de hace varios años realizado en la guerra del Líbano. Tenían las calles divididas. La opinión favorable en un bando determinado es que la calle por la que tienen que pasar es suya. En teoría atenderían a esta versión, pero como la gente se jugaba la vida quería información veraz", comenta Chacón. Un ejemplo más común. "Si una casa te gusta mucho, buscas una opinión sincera antes de comprarla o si un amigo médico dice que debes operarte, aunque le aprecies mucho y confíes en él, seguramente acudas a otro especialistas antes de extirparte el estómago", exponen los autores. Los especialistas de la revisión apuestan por enseñar a los niños a debatir desde pequeños. En España "existen programas piloto en algunos colegios orientados a fomentar la curiosidad de los niños por cosas nuevas y enseñarles a cuestionar la información que se les da", según el profesor Chacón
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